Energías renovables
Iniciada por Ricardo Parrales Centroamérica cuenta con un extraordinario patrimonio natural y cultural (bosques, agua, aire, carreteras), que ha brindado a muchas generaciones una amplia variedad de servicios que sirven de fundamento para el desarrollo humano. Estos bienes públicos ofrecen beneficios que son universales y colectivos, y que cruzan fronteras entre generaciones, países y grupos sociales (Kaul et al, 1999, citado en Pascal, 2003, pág. 190). La mayoría de ellos está sujeta a externalidades y presiones que reducen la disponibilidad, la calidad y la gama de servicios y beneficios que proporcionan, y que al no manejarse adecuadamente generan “males públicos” como las pérdidas recurrentes de vidas humanas y los daños a activos e infraestructura productiva y habitacional (Pascal, 2003). Los activos ambientales, deben manejarse inteligentemente para que los recursos renovables por definición, las sociedades contribuyan a manejar riesgos presentes y mitigar riesgos futuros. Para esto se requiere saber qué usar, qué conservar, cómo manejar el cambio y el crecimiento, cómo aumentar la resistencia de los sistemas ante choques climáticos futuros, cómo prever y mitigar los riesgos de hoy (Gunderson y Holling, 2002, Folke et al, 2002 citado en Pascal, 2003, pág. 191). Esta ampliación de las opciones, funciones y capacidades de las sociedades para convivir con su extraordinario patrimonio cultural y natural es un aspecto medular del desarrollo humano sostenible en Centroamérica.
Una generación eléctrica vulnerable ante la variabilidad económica y climática A finales de los años 2000, el crecimiento de la población centroamericana fue a un ritmo promedio del 2.43% anual, mientras que el consumo de energía comercial y electricidad aumento un promedio entre 3.24% y un 4.5% anual, respectivamente (Castro y Cordero, 2002). Los países en su mayoría, no lograron satisfacer esas elevadas tasas de crecimiento, lo que conllevó a problemas de racionamiento, irregularidad de voltaje y apagones. Según los datos del Banco Mundial indican cómo, a finales de los años 2000, hubo un incremento en la dependencia de electricidad generada por hidrocarburos, particularmente en Nicaragua, Panamá, El Salvador y Honduras (Banco Mundial, 2001). En consecuencia, las importaciones netas de petróleo como porcentaje del uso de energía comercial aumentaron en Panamá de 69% a 73%, en Nicaragua de 35% a 45%, y en Honduras de 38% a 43%. (Banco Mundial, 2002). Únicamente Costa Rica, y eventualmente Guatemala, presentan situaciones distintas, en que las importaciones netas de combustibles para generación eléctrica tienden a decrecer. Según el autor, las políticas energéticas del gobierno de Costa Rica durante los noventa tendieron a favorecer el uso de fuentes renovables de electricidad. El escepticismo en cuanto a la volatilidad de precios de los derivados de petróleo es aún mayor que la causada por la variabilidad climática, con patrones de lluvia irregulares atribuibles al fenómeno de El Niño (Castro y Cordero, 2002, citados en Pascal, 2003).
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